Según un estudio multidisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid, avalado por nueve prestigiosos catedráticos , “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” es Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Esta hermosa villa situada a 30 kilómetros de Valdepeñas y a 50 de Ruidera será por tanto nuestro punto de origen.
Nos encaminamos por esta carretera comarcal contemplando la inmensa llanura manchega sin imaginar, cuando nos aproximamos a las primeras depresiones del paisaje, que nos encontraremos con esa majestuosa vista de monte y agua.
El escritor, en su inmortal obra, Don Quijote de la Mancha, cuenta cómo el ingenioso hidalgo, Alonso Quijano, en su aventura hacia la cueva de Montesinos, hacía referencia a las Lagunas de Ruidera y al río Guadiana. Quizás, el paisaje de contraste de agua y monte con el ocre de su tierra, que transcurre dibujando un valle en La Mancha, cautivó al propio autor y pudo ayudarle como fuente de inspiración en su novela considerando la creación de las mismas “como por encanto del Mago Merlín”.
Fue en la Cueva donde, fruto de su imaginación, descubrió un mundo maravilloso de alabastro donde contempló las maravillas que la cueva encerraba. El sueño relata cómo a las hijas y sobrinas de Doña Ruidera se les acaba la paciencia tras quinientos años de encantamiento en la cueva de Montesinos. Fue entonces cuando el mago Merlín, apenado por sus llantos, les devolvió la libertad convirtiéndolas en las actuales Lagunas de Ruidera. El escudero Durandarte se libró también del hechizo pero con el aspecto de un río que lleva su nombre, Guadiana.
Por la ruta del Quijote
Ruidera, pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, ubicado en la parte media de la Cuenca del Río Alto Guadiana, de no más de 700 habitantes, da apellido a este atractivo caudal de agua que se enorgullece de recibir a miles de turistas que durante todo el año claudican encantados ante la magia de este dispar entorno.
Son dieciséis lagunas que cual vasos comunicantes configuran un rosario de perlas azul turquesa en su largo recorrido. El poeta Antonio Ruíz L. De Lerma apunta en su soneto alguna de las sensaciones que de inmediato experimentas en este entorno:
“Viajero, aquí La Mancha transfigura
su austeridad, con dulce desvarío.
La tierra se engalana. Alza con brío
su voz el agua hiriendo la espesura.”
La zona fluvial en la que se encuentra este gran mosaico azul situado en medio de la parte norte del Campo de Montiel abarca una extensión de 4.000 hectáreas, de las cuales 3.772 pertenecen al Parque Natural de Las Lagunas de Ruidera, así declarado el 13 de julio de 1979.
El Entorno
Poco a poco vamos descubriendo los encantos de este lugar, en el que la tranquilidad para los visitantes está asegurada. Mientras se recorre este paraje cuya vegetación, típica meseteña y cuajada de encinas, nos envuelve el sonido de las numerosas cascadas que se han formado del acuífero del Campo de Montiel y que separan unas lagunas de otras.
Pero no sólo lagunas con aves acuáticas reposando sobre ellas componen este recorrido manchego. En este oasis de agua y vegetación, donde el clima es de tipo mediterráneo, también numerosas rutas a seguir para descubrir los encantos de este Parque Natural. Ruidera acoge uno de los lugares de la llamada ruta literaria-quijotesca. Una ruta en la cual se propone a los aventureros un viaje para introducirles en las tierras donde las huellas del caballero de la triste figura y su fiel escudero quedaron grabadas en este encanto castellano-manchego.
Descansar y comer
Nuestro viaje entra en su última fase. Hacemos un alto en el camino antes de terminar nuestra visita y paramos en el hotel Albamanjón. Destacado por su molino y su fachada típica manchega, disfruta de unas vistas envidiables al borde de la Laguna San Pedra gracias a su ubicación, en plena pendiente del monte.
Es en este punto donde el viajero descansa recreándose en las vistas y donde los paladares más exigentes podrán degustar platos típicos de la tierra como escabeches y guisos de caza, productos de la orza que mantienen el sabor de antaño, asadillos y revueltos quijotescos, carnes de cordero lechal seleccionas y preparadas en caldereta y las chuletillas de cabrito con relleno de verduras, entre otros. Y como “comer y beber, hay que hacer”, nada mejor que acompañar estas delicias con un buen vino de la tierra con denominación La Mancha o Valdepeñas.
En el momento de abandonar las lagunas por la estrecha carretera que las bordea uno no se puede resistir a la tentación de repasar las vivencias de Don Quijote de la Mancha.